miércoles, diciembre 26, 2007

El negocio de su vida

Se celebraba una reunión familiar.

En el restaurante se masticaban palabras y comida al mismo tiempo. A él le tocó un extremo de la larga mesa desde donde miraba la algarabía creciente mientras comía.

Lo que oía no tenía ninguna importancia. Sólo era ruido y deseo de sobresalir a golpe de decibelios gritados. Lo más importante estaba en el plato…. hasta que una hermana de su mujer (que llevaba muy mal ser “la única de los hermanos que no tiene casa” –los viajes la traían loca y así la dejaron, con 60 años y las manos en los bolsillos tras infinitos viajes para poder contarlos-) dijo lo siguiente (hablaban de herencias ¡qué variedad!):

Puestos a malas una persona que haya vivido en un piso durante mucho tiempo tiene derecho (contra el derecho de los demás hermanos) a quedarse con él por el importe por el que está escriturado y nadie se lo puede quitar.”

Aún no se había repuesto de la importancia de lo que había oído cuando, para rebatir las réplicas de las dos personas con las que hablaba y, para evitar equívocos, remató con lo siguiente: “Lo sé porque me he informado hace poco”.

Se quedó anonadado ante la desnudez de sus apetitos. “Puestos a malas” era un arma ensangrentada que decía mucho, demasiado, del negocio en el que se había embarcado. Por si fuera poco insistía: “Lo sé porque me he informado hace poco”, “…me he informado hace poco”, “…hace poco”. Los demás, ignorantes de su confesión, siguieron debatiendo sobre el tema de forma genérica sin percatarse que estaba hablando a título personal.

Volvió de nuevo a decir “si un piso vale p. ej. 43 millones de ptas. y está escriturado en 3 millones, como es mi caso, sólo tendría que pagar el precio por el que está escriturado para quedarme con él”.

El escuchador, con sus escasos medios, vio su negocio entero.

Sus padres son ya mayores y, tras treinta y cinco años con carnet pero sin conducir jamás, ha decidido comprarse un coche para estar “más cerca de ellos” (conmovedor el vuelo del cuervo sobre su presa). Todos sus hermanos, desconocedores del negocio que se trae entre manos, creen que es una locura. Mientras, él resuelve un problema sencillo ya que la conoce demasiado, se trata de saber qué tipo de interés obtendrá con esa inversión.

Mete tres millones y, en un plazo no superior a los ocho años, obtendrá un piso (en el que vive ella ya que no ha sido capaz de independizarse) valorado en aproximadamente cincuenta y cinco millones pagando sólo tres. No está nada mal salvo que el negocio lo hace estafando a sus propios hermanos a quienes les sobra la dignidad que a ella le falta.

Lo que le admira de ella es el descaro con el que junta un femi-hembrismo capador (“teníamos que vivir las mujeres como las amazonas que mataban a todos los hombres dejando sólo a unos pocos para la reproducción, y tenerlos como se tiene a los animales de compañía”) con el descaro con el que busca putear a sus generosos hermanos. Ellos, caritativos, pensaban dejársela pero ella se ha adelantado mostrando así la bajeza de su juego. El primer oficio del mundo ya no es el peor oficio.

Han pasado sólo cinco semanas y el escuchador ha oído que el padre de ella ha hecho testamento dejándola la casa. Tanta proximidad en el tiempo con respecto a la puesta en marcha de su negocio es extraña para surgir de forma espontánea reafirmándole en la importancia y verdad de lo oído.

Para que no se pierda nunca queda aquí su huella mental (de frente y de perfil) . Son unas palabras salidas de su boca feminista e igualitaria dichas en una conversación con otras chicas:

“Dos años de casados ¿y todavía no ha conseguido hacer con él lo que quiera?”

Una carnicería esconde su observación. El primer oficio sigue en lo más alto y es admirado por lo que da cuando se toma.

La piedra de Sísifo era menos pesada que esa frase de dominio.

Queda dicho. Todo pasa. Pasa demasiado rápido, él lo sabe porque es testigo de su veloz paso. Por eso escribe, para que, cuando sea ido, no les quede resquicio alguno para alegar ignorancia.

martes, diciembre 11, 2007

Encadenada


Creía que era
la cadena
lo que la ataba.

¡Se equivocaba!